Don Quijote de la Mancha es posiblemente el
personaje de la ficción más nombrado y estudiado entre los investigadores de la
literatura en lengua española. La travesía de un hombre obsesionado por las
novelas de caballería, Alonso Quijano, se convierte en la excusa perfecta para
contar una historia que daría la vuelta al mundo y se transformaría en un
referente obligado en la literatura universal. No imaginó entonces Miguel de
Cervantes que su escuálido hidalgo y los peculiares personajes que lo
acompañan, terminarían por ser parte del imaginario popular hispanoamericano.
Todo comienza en un lugar cuyo nombre tiene sin
cuidado a quien narra la historia, pero que describe maravillosamente a un
hombre delgado y desgarbado, aparentemente acabado y que de tanto leer novelas
de caballería, termina por perder el juicio y lanzarse al mundo a luchar por la
justicia y la igualdad de sus semejantes. En esta supuesta locura, Alonso
Quijano se convierte en un caballero andante y se hace llamar don Quijote de la
Mancha, y convierte así mismo a Dulcinea del Toboso, una plebeya, en la hermosa
dama, objeto de su amor. Y a Sancho Panza, un hombre de pueblo, en su escudero
y acompañante de la aventura caballeresca que decide emprender.
Es de comprender entonces que la historia de
don Quijote es una parodia de las novelas de caballería, las cuales para ese
momento ejercían la supremacía sobre otras formas literarias. Sin embargo, lo
que pudo pensarse como otra novela más de ese género, terminó siendo la novela
moderna por excelencia, en pocas palabras, la obra precursora de la novela
moderna. En medio de la parodia, Cervantes salpica al lector de una cantidad
diversa de temas que han servido como referente para el estudio y la
comprensión de la condición humana; enfrentándolo con los demonios que la
sociedad de cada época saca de sí mismo.
Ahora bien, convertir a don Quijote de la
Mancha y las desventuras y acompañantes de su travesía caballeresca, en el
referente principal de un texto breve, híbrido y proteico como la minificción,
requiere de un esfuerzo que merece un aparte importante en el estudio de la
literatura breve hispanoamericana. Es la minificción, o microrrelato como
también se le llama, un género que se fusiona en muchos casos con otras formas
literarias o no, y que en esta fusión es cuando surgen precisamente textos que remiten
al lector a otros textos más antiguos o conocidos.
En este sentido, el autor del texto
minificcional recurre a un texto inicial, el cual servirá como referencia; un
texto base que puede ser usado como fragmento para contextualizar al lector. Es
así entonces como el Quijote se reescribe en espacios más breves, pero no por
ello menos interesantes. En estos casos, el autor tiene la libertad de reencontrarse
con el texto referente y con los elementos que lo componen, dígase personajes,
espacios y situaciones que aderezan y recrean la historia original y brindan al
lector la oportunidad de conectar ambas ficciones; una, desde la historia
primigenia; otra, desde los recursos infinitos de la posibilidad creadora de quien
inventa y lee minificciones.
La minificción conecta al lector no solo con lo
breve, sino que además lo convierte en cómplice directo, pues lo hace partícipe
del texto desde el mismo momento en el que activa mecanismos para evocar y
reajustar lecturas y situaciones pasadas con lo que el texto nuevo le ofrece. Señala
Lauro Zavala (2006) que la minificción “es un género híbrido donde se fusionan
diversas tradiciones textuales, gracias al ácido retórico de la ironía, que
disuelve fronteras convencionales”. Según el autor mexicano, “estas tradiciones
pueden ser literarias (narración, poesía, ensayo, crónica, etc.) o
extraliterarias (confesión, epitafio, solapa, oración, reseña, instructivo,
etc.)”. Esta especie de híbrido textual hace de la minificción un “género
literario autónomo”, como bien lo defiende Lauro Zavala.
En estas minificciones
quijotescas, se observan las características propias de este género pero se
afianza la figura de un personaje que si bien representa un símbolo en la
condición humana, puede pensarse que su conexión está dada solo por la pérdida
del juicio; pero lo cierto es que la realidad de este personaje termina por ser
más parecida a lo real que la de los otros personajes, supuestamente cuerdos.
Estos textos, además de
breves, también son diversos; es decir, no representan una forma única de
minificción: son híbridos, lúdicos y cargados de intertextualidad literaria y
extraliteraria. Tal como lo plantea Lauro Zavala, cuando establece las seis
propuestas para el estudio de este género, la naturaleza de estos textos suele ser inestable y paradójica, y por ende, deviene en diferentes géneros breves,
de naturaleza poética, narrativa, argumentativa, elíptica, pedagógica o
alegórica.
Las minificciones de don
Quijote, así como la obra de Cervantes, parodian situaciones de la vida real en
las que el hombre es el principal objeto de burla y ridiculización. Se funden,
en algunas de ellas, la vida del personaje en su realidad, dígase Alonso
Quijano; la obsesión por evadir el mundo real, es decir, don Quijote; o el
hombre que lucha en medio de un contexto difícil para vencer sus propios
demonios. Encontramos así, distintas tendencias de la minificción: la
intertextual, el poeticismo y el minicuento con un final epifánico.
Sostiene
Violeta Rojo que la minificción depende tanto de la sugerencia, la
intertextualidad, la parodia y los hipotextos. Es evidente que no hay rasgos
textuales verdaderos que nos permitan reconocer una minificción de otro tipo de
texto.
Es decir, la última
palabra no está dada; sin embargo, quien decide por cuenta propia o movido por
las circunstancias ser un lector de minificciones, terminará reconociendo estos
textos, aun sin la base teórica pertinente para hacerlo. El texto le hace una
mueca y el lector cae rendido ante ella.
Geraudí González
Ponencia leída en la I Semana del Libro de la Universidad Simón Bolívar (USB-Sede del litoral). Jueves 23 de abril de 2015.
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