Luis Ángel Barreto (Maracaibo, 1979). Licenciado en Filosofía por La
Universidad del Zulia (LUZ). Cursante de la Maestría de Filosofía en la misma
casa de estudios. Junto con el grupo de promoción de la lectura Per-Versos ha
organizado diferentes recitales en la ciudad de Maracaibo y en otras ciudades.
Su poema “Souvenir” representó a Venezuela en el recital “Petite anthologie du
sud” realizado en Bruselas, en 2008. Ha publicado el poemario Arqueología de olores y Las máquinas simples, ambas por la
Fundación Editorial El Perro y La Rana. Aparece en las antologías Amanecieron de bala, publicada por esta
casa editorial; En-obra, publicado
por la Editorial Equinoccio de la USB, en la antología de poetas jóvenes de la
revista Poesía Nº 153 de la U.C.,
entre otras.. Actualmente trabaja en el área editorial.
Lo mínimo
Desde
tiempos remotos hemos tenido la afición por lo magno, lo anchuroso. Las grandes
extensiones se han considerado un logro, un derroche de empeño, de técnica, Por
otro lado, lo corto, lo pequeño, lo mínimo se ha visto como inacabado, producto
de la comodidad, el desinterés o la falta de rigor. Especialmente en el arte,
en la literatura, lo fragmentario ha sido desdeñado y hasta despreciado. Sobre
él se ha dejado caer un manto de incomodidad o temor. A la página poco poblada
de signos, al lienzo despejado o al sonido fugaz rodeado de silencios los
encubre un halo de duda, de misterio: horror vacui.
El haiku, la
tanka, el aforismo, la minificción, la greguería, el epígrafe, el somari,
cierto minimalismo, el arte influenciado por el budismo zen, entre otros,
representan un desafío para el autor y para el espectador/auditor/lector. ¿Por
qué buscar lo pequeño?, ¿por qué puede surgir el gusto y el afán por
miniaturizar? Lo mínimo es más rápido, violento, puede ser relampagueante,
puede que no llegue a verse, a distinguirse en medio del blanco; lo mínimo se
oculta y así también su sentido, que por ser más reducido en lo físico no es
más fácil o más simple. Requiere un cuidado especial, educar la mirada o el
oído.
Lo
miniaturizado puede ser portátil, como bien lo fabuló Enrique Vila-Matas. Pero
igualmente puede llegar a ser inútil, por sus dimensiones, por la volatilidad
que porta. Duchamp hizo copias de algunas de sus obras, las redujo y las metió
en una maleta, las desnaturalizó, transfigurándolas en pequeños suvenires de un
museo a escala, perdiendo así solemnidad, grandilocuencia, ¿seriedad? De esta
forma se halla una senda a lo infantil, al ludismo, a lo que no tiene otra
función que el juego mismo. Por eso su ineptitud, su aparente incompetencia,
por eso su impudicia.
Está claro
que no todo lo reducido tiene consecuencias, ni tiene esa combustión. No todo
es material sensible. Está la frase hueca, la meramente informativa, está el
lugar común, la máxima, el titular de periódico, el esnobismo. Está,
sobre todo, el menosprecio, la desidia, la expresión manida, el apuro por
terminar… todo igual de anodino: su anemia es la misma, la misma su mortandad.
No todo pequeño ornamento de plástico es un bonsái, así puedan llegar a
parecerse.
Lo mínimo no
es necesariamente efímero ni precario; en su laconismo puede albergarse una
flota de aeronaves, como un portaviones. Si se domina el arte de la
miniaturización se pueden crear armas blancas, de hojas finas, brillantes,
mortales. Por eso es cortante el trazo violento de Pollock, o una pequeña serie
de sonidos al piano imaginados por John Cage, como es incisivo el poema
microscópico de Guillevic, o los cuatro trazos, como cuatro pájaros negros que
aletean en una página de Pérez Só. Ahí lo mínimo, lo casi imperceptible, el
gesto, el instante, como un pasadizo, oculto, que se abre a la refulgencia.
Texto de la siguiente dirección:
http://www.viceversa-mag.com/lo-minimo/
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