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RECESO






Tener un blog, a mi juicio, comprende un compromiso con los lectores (muchos o pocos) que te siguen, o que encuentran tu espacio virtual curioseando las redes. Los días de silencio, que no son más que espacios para leer y meditar sobre lo que escribo y realizo en mi cotidianidad, sirvieron para ampliar mi visión sobre lo que deseo expresar por aquí. Por ello, a partir de ahora, habrá más que leer y el asunto será, en varias ocasiones, un poco más relajado, sin que eso le quite seriedad al blog. En pocas palabras, me sumaré a la idea de promover el trabajo de otros, especialmente minificcionistas; y a la indagación breve sobre algunos textos y tópicos de mi interés. Los dejo entonces con este, mi primer acercamiento, después de unos meses de silencio (aparente) a una comarca mínima más cálida y cercana.
La escritura creativa esconde caminos que siempre terminan por llegar a direcciones similares. Esto a propósito de las variadas conexiones que se establecen entre los textos literarios. La minificción es experta en la materia; sales de paseo con ella y no sabes qué vas a encontrarte ni cómo lo vas a enfrentar. Así terminamos viendo un texto que se convierte en minificción luego de ser un poema, una posible greguería, una instrucción al mejor estilo cortaziano, un relato hiperbreve; en fin, un texto que se pone el vestido que mejor le queda según la ocasión. En ese tráfico azaroso encontramos textos como este de Alberto Hernández:

Muslos
En ángulo perfecto me llaman
Entonces acudo y me desarmo.

Una muy breve historia que encuentra en la poesía la razón de ser (el texto pertenece al poemario Ropaje de Hernández), pero en la minificción encuentra el asidero perfecto para descansar e instalarse, y retratar amorosamente una metáfora de hermosa expresión erótica.

Comentarios

  1. Un muslo -derecho o izquierdo- establece un diálogo con el otro muslo, sea derecho o izquierdo. Entonces aparece la política y se cierra el parlamento.

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  2. El comentario anterior, de Alberto Hernández, avizora la posibilidad de que los muslos se abran y aparezca otra historia. Allí comienza la armazón: el deseo perpetra el crimen.

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