Ganar es la consigna. Ese podría el eslogan de cualquier equipo deportivo, pero, ¿Y si invertimos los significados y la consigna es otra, diferente, necesaria?
La vinotinto venezolana sentó un precedente al respecto: una larguísima cadena de juegos perdidos y la estima extraviada en algún lugar muy lejano. ¿Las excusas? Infinitas, que si poca preparación en equipos internacionales, entrenadores que no lo dieron todo, pocos recursos para manejar la selección, baja estima de los jugadores (¿y quién no, ante este cuadro poco alentador?). En fin, una larga lista de excusas de parte de una tolda deportiva ante una "decepcionada" fanaticada que esperaba sentada en el banquillo, el momento del gol oportuno.
Margatania no es la vinotinto; ni sus jugadores se parecen en tamaño y pensamiento a los futbolistas venezolanos; solo comparten con estos la fila de derrotas de una temporada que parecía infinita. Margatania, sus jugadores, niños catalanes aun con la dentadura incompleta; perdedores incansables, pero felices de hacer algo que les gusta: jugar fútbol. La mirada pesimista inicial de sus seguidores se conecta con las emociones y actitudes de estos pequeños jugadores que abordan el partido con la esperanza y el entusiasmo del gol que no llega.
Un porqué surge durante la contienda... ¿Por qué perdemos? La respuesta es sencilla: "porque siempre ha sido así", "porque nunca ganamos", dejando ver entre comentarios, la sonrisa de unos infantes alegres; esa felicidad que tiene la cotidianidad de los hechos sencillos en la vida de los niños, y la ilusión perdida en la adultez: La ilusión de que todo es posible, pese a los 271 goles en contra y uno a favor al final de la temporada.
Margatania nunca ha metido un gol, pero el derrotismo y la desesperanza no son ni serán sus banderas. Ganar sigue siendo su objetivo.
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